Ana Rivoir es investigadora y docente del Departamento de Sociología de FCS y coordinadora del grupo ObservaTIC. Además, cuenta con publicaciones en temas de inclusión digital, desarrollo humano informacional, desigualdades digitales y tecnologías digitales en educación. La Unidad de Comunicación de la Facultad de Ciencias Sociales conversó con ella sobre Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) en Uruguay en el actual contexto de emergencia sanitaria.
Para Rivoir la situación de nuestro país, en relación a la expansión de las TIC, es ventajosa en varios aspectos ya que en términos comparativos con la región tenemos «buenos indicadores de conectividad, de acceso, de uso, que tienen diferentes componentes», como la buena infraestructura de la conexión de Antel, y una expansión vía «mercado, mediante la adquisición de teléfonos celulares y computadoras en los últimos años». A esto se suma el desarrollo de políticas de inclusión digital, «que serían el equivalente de políticas sociales digitales, por decirlo de alguna forma; cuando el Estado se encarga de incluir a sectores de la población que a través del mercado no pueden acceder a esa tecnología», explica. Un ejemplo claro de estas políticas es el Plan Ceibal nacido en el 2007, que ha ido cambiando con el paso de los años, aunque aclaró que Uruguay ya había tenido políticas de inclusión de tecnologías en la educación.
Otra ventaja de nuestro país es la existencia de una agenda digital: el desarrollo de un plan para el Gobierno Abierto y el Plan Ibirapitá, por ejemplo, «son iniciativas que van permeando diferentes ámbitos de la vida, no solo en el impulso a la industria del software y otras industrias tecnológicas, sino que en otros ámbitos tradicionales como el agro también se ha incorporado mucha tecnología», subrayó.
En materia de Gobierno Abierto, Uruguay aparece en los primeros ocho lugares del mundo, mencionó la investigadora que también recordó que tampoco es común, menos en América Latina, tener el nivel de incorporación de TIC en la educación que tiene Uruguay. «Tener el 100% de las escuelas con conexión es muy excepcional en América Latina», ejemplificó.
Consultada sobre si este nivel alcanzado por el país implica cierta ventaja comparativa a la hora de encarar una emergencia sanitaria que implicó suspensión de clases y un aislamiento/distanciamiento físico, la docente señaló que la «familiarización de los maestros y alumnos con las TIC» hizo que se pudiera continuar el vinculo educativo. «Formación docente fue uno de los últimos en incorporarse al Ceibal. Hoy tienen incorporado formación en estos recursos», más allá que desde el comienzo del Plan Ceibal siempre se organizaron seminarios, congresos y eventos sobre temas particulares.
Lo que se dio [con la emergencia sanitaria] fue un pasaje de un uso «complementario de estas tecnologías a que sean el único medio de contacto al estar sin clases. «En otros países, o acá mismo en otro memento, suspender las clases… no habría posibilidad», reflexionó.
La incidencia de la brecha digital
A pesar de todos los avances, existen desigualdades. Rivoir explicó que el concepto de «brecha digital» ha experimentado bastantes trasformaciones a lo largo de las décadas. «Primero se tomaba en una visión dicotómica; quienes tenían acceso a las tecnologías, acceso a Internet y quiénes no. En un segundo nivel se refiere a los usos, a la apropiación, a los usos significativos y se encuentra que esta desigualdad digital está en interacción con tras desigualdades, con las desigualdades socio-económicas, el tema geográfico lo rural y urbano, el idioma o la cuestión étnica, accesos diferentes por género, etc». «Luego está el tema del para qué, cómo, quiénes, con qué fines. Aparecen otros indicadores: a mayor nivel educativo-cultural, mayor posibilidades de aprendizaje y de inserción, por ejemplo».
En Uruguay la brecha de acceso se fue reduciendo. A través de la escuela pública los sectores socio-económicos más bajos pudieron contar con la incorporación de las TIC. Las desigualdades relacionadas al nivel socioeconómico subsisten, aunque se fueron reduciendo, aclaró la docente y dijo que lo que apareció más claramente en las últimas encuestas es que la gran brecha fue generacional: «tiene que ver con que las personas mayores eran las que quedaban más excluidas. Ahí es que surge el Plan Ibirapitá para las personas adultas mayores de menores ingresos». Sobre este tema ha trabajado el ObservaTIC en conjunto con el Centro Interdisciplinario de Envejecimiento de la Universidad de la República. «Es un sector particular en cuanto a sus necesidades, hemos trabajado en qué les hace sentido para adentrarse en este mundo. Hace unos años hicimos una encuesta y estudiamos los procesos de apropiación que hacen las personas mayores. Son una proporción muy importante de la población de Uruguay y cada vez más los servicios y el acceso a entretenimiento, a trámites, a recursos, está mediado por las TIC. No son un grupo homogéneo de personas. Depende si tomamos a partir de los 60 o 65 años. Hay realidades muy diferentes, desde las condiciones físicas o psíquicas, si trabajan o no. Las condiciones culturales y educativas. Es muy heterogéneo».
En cuanto a la educación, para la docente algunas desigualdades han quedado más en evidencia con la llegada de la emergencia sanitaria. Dijo que Uruguay está en buenas condiciones pero «no es lo mismo usar estos recursos para complementar lo que es la clase, a que sea el único instrumento, como pasa ahora. Si bien los celulares son muy avanzados no están hechos para escribir un paper, por ejemplo. [Muchas personas] no tienen acceso a conexión fija, solo al paquete de datos del celular. […] Unos podrán seguir en vinculo con el centro educativo y otros no. La desigualdad siempre está, pero ahora más», resumió.
Repensar lo laboral y los cuidados
¿Qué cambios se pueden dar en el uso de las tecnologías luego de la pandemia? Según la investigadora lo que aparece más claramente es una «intensificación del uso» y agrega que «está habiendo un aprendizaje y se están generando oportunidades de negocios, los grandes oligopólicos de corporaciones vinculados a las tecnologías han aumentado su demanda a nivel mundial. Eso plantea algunos elementos en cuanto a la plataformización de la economía. Una de las hipótesis es que ese proceso se va a profundizar. De que muchas de las gestiones se van a trasformar. Igual que con el teletrabajo. Es un cambio bien importante porque va a cambiar la economía».
A su entender, cuestiones que ya existían como la telemedicina y el teletrabajo, pero que no se habían expandido porque requieren inversión pública y privada, van a tener un nuevo impulso en el contexto actual. Agregó que puede ocurrir que procesos que se vienen dando desde hace mucho tiempo, como la deslocalización de los procesos, gestiones a tiempo real a nivel global, pero también en diferido, se aceleren, y aclara: «eso no tiene que ver con las condiciones de trabajo, que son las condiciones de trabajo que se negocian entre las partes o se establecen por ley. ¿Qué quiero decir? Efectivamente hay tareas para las cuales no es necesario la presencia en un lugar determinado, y en ese caso puede, eventualmente, trasladarse al hogar. Esto tiene sus pros y sus contras. Parte de los costos de producción, por decirlo de alguna forma, se trasladan a los hogares: el costo de la conexión, computadora, papel, energía eléctrica, la silla, el escritorio que se rompe y el espacio ocupado que se comparte con otros integrantes de la familia. Eso debería estar contemplado. Esos costos deberían ser tenidos en cuenta. Y establecer un contrato».
Por otra parte, dijo que desde el punto de vista del modo de vida el teletrabajo plantea otros problemas: «se empieza a imbricar el espacio-tiempo privado con el espacio-tiempo laboral, con los cuidados, con las tareas del hogar. Por lo general, por la inequidad que hay en la distribución de las tareas domésticas afecta más a las mujeres. También habría que renegociar esto dentro de los hogares, ¿no? No por hacer teletrabajo en el hogar tienen que volver a recaer todas las tareas domésticas en las mujeres. Ahí puede venir una segunda ola de luchas feministas. Los varones también están teletrabajando y el problema de quien se encarga de las tareas domésticas y los cuidados de niños, personas mayores, etc. es de la sociedad en realidad, porque es a partir de donde nos reproducimos».
Para la docente la pandemia nos presenta un buen momento para repensar estas cuestiones «porque ahora se solapó el lugar de trabajo, el lugar de cuidados, y el lugar de los vínculos».
Algunos de estos problemas ya aparecían en diversos estudios que ha realizado ObservaTIC. A las personas que teletrabajan, generalmente, les resultaba muy estresante toda la superposición de tareas en el hogar, y la autorregulación se hace indispensable «porque sino el trabajo termina invadiendo las 24 horas. Lo que parece algo cómodo (quedarse en casa) es complicado, aun cuando hay escuela. Ahora lo que pasa es que está todo condensado por la experiencia de confinamiento que es un fenómeno internacional y que en otros lugares es mucho más estricto que acá. Aunque hay desigualdades, y no todo el mundo esté confinado ni con condiciones de vida para teletrabajar».