«Diálogos en torno al diagnóstico, tratamiento y pronóstico», el segundo encuentro virtual del ciclo de debate en torno a la medicalización y patologización de las infancias y adolescencias en el Uruguay, tuvo lugar este 5 de noviembre. Expositores provenientes del área de la medicina, el trabajo social y la psicología reflexionaron sobre los dispositivos de atención y respuesta que se elaboran entorno al sufrimiento psíquico de niños, niñas y adolescentes.
La actividad, que fue organizada por el Grupo de Estudios sobre Discapacidad (Gedis) de la Facultad de Ciencias Sociales, junto con la Institución Nacional de Derechos Humanos (INDDHH) y el Comité de los Derechos del Niño/a del Uruguay (CDNU), contó con la participación de Gustavo Giachetto médico pediatra especializado en farmacología y profesor titular de clínica pediátrica de la Udelar; Lucía Sánchez licenciada en Trabajo Social, maestranda en Derechos de Infancia y Políticas Públicas e integrante del Gedis; y Adriana Cristóforo responsable entre 2000 y 2010 del Área de Diagnóstico e Intervención Psicológica de la Facultad de Psicología y coordinadora del Programa de Problemáticas Clínicas de Infancia y la Adolescencia de la la misma facultad.
Según el Informe sobre Medicalización y Patologización de las Infancias y Adolescencias presentado por la INDDHH en noviembre de 2019, se entiende por medicalización «el proceso por medio del cual las cuestiones de la vida social –complejas, multifactoriales y marcadas por la cultura y por el contexto histórico– son reducidas a un tipo de racionalidad que vincula artificialmente las dificultades de adaptación a las normas sociales a determinismos orgánicos que se expresarían como enfermedades del individuo. Es decir, que “problemas no-médicos” pasan a ser definidos y tratados como “problemas médicos”, ya sea bajo la forma de “enfermedades” o de “desórdenes”». La patologización, en tanto, se expresa en dos formas: la necesidad de encasillar y generar un diagnóstico, y por otro, la de significar a los niños y adolescentes que presentan conductas desajustadas bajo el paraguas de «lo problemático», descontextuando de esta manera todos los otros factores vinculados a lo relacional, como los factores familiares, sociales, económicos y culturales, explicó Alfredo Correa coordinador del CDNU.
¿Qué se entiende por diagnóstico, cuáles son sus alcances y limitaciones y cómo se relaciona con el pronóstico?
Ante la pregunta orientadora planteada por los organizadores, Gustavo Giachetto dijo que para los médicos, el diagnóstico es un paso fundamental, pero además señaló que hacer un diagnóstico en etapas tempranas de la vida tiene una enorme responsabilidad por el «impacto que tiene en el sujeto que se está construyendo». «Si le ponemos una etiqueta al paciente a veces estamos sellando su futuro», destacó.
Por otra parte, para el médico la primera dificultad con el diagnóstico es definir «qué es normal y qué es enfermedad o qué es trastorno mental» y también distinguir esto del sufrimiento como expresión, no de enfermedad, sino de otros «conflictos intrapsíquicos» que ocurren en los sujetos.
En cuanto a las limitaciones, entiende que tienen que ver con los criterios que se usan en psiquiatría para definir las enfermedades mentales: «se usan categorías con criterios predefinidos. Esto tiene como limitación no contemplar la individualidad ni los factores contextuales. Y además se basan en una valoración subjetiva, la mirada del profesional. El cómo se hace el diagnóstico es una limitante», sentenció.
Lucía Sánchez coincidió con Giachetto en la importancia de tener en cuenta los contextos de los niños y las repercusiones que tienen los diagnósticos, en tanto se trasforman en etiquetas, en la subjetividad de los niños y adolescentes. «En la infancia los diagnósticos se escriben con lápiz. No pueden marcar un destino para siempre, sino que deben ser vistos como una foto del momento. Este es uno de los desafíos que se nos presenta [porque] terminamos constriñendo las trayectorias de vida». Además, advirtió que estos «etiquetamientos» pueden contribuir a «silenciar» otros sufrimientos, «porque los niños no pueden poner en palabras otros sufrimientos o situaciones de violencia, por ejemplo. Puede ser la punta del iceberg y si los profesionales no están formados en temas de violencias tal vez no vean más que la punta del iceberg».
Adriana Cristóforo se preguntó qué es diagnosticar y diferenció el proceso de diagnóstico de las categorías diagnósticas. «El diagnóstico es lo que hacemos antes de llegar a las categorías diagnósticas, que es, en todo caso, consecuencia del proceso diagnóstico», resumió. Por otra parte explicó que el «diagnóstico se construye necesariamente con los sujetos», conversando con ellos y dándoles la palabra y criticó que muchas veces ante una misma diagnosis, aunque se trate de sujetos distintos, y de historias familiares distintas se le aplica la misma intervención. «Es una cosa casi mecánica». Sobre el final de su exposición, Cristóforo dijo que una de las grandes limitaciones del diagnóstico es el pronóstico porque este tal vez «esté ligado a lo que suceda fuera del sujeto, factores que tienen que ver con cambios que se puedan producir en la familia, en la escuela», concluyó.
La actividad cerró con una ronda de preguntas y comentarios del público que siguió la actividad desde Montevideo y el interior del país. El último encuentro del ciclo tendrá lugar el próximo 23 de noviembre de 10 a 12 bajo el título «Diálogos hacia ‘formas – otras’ de intervención». Participarán integrantes de la Institución Nacional de Derechos Humanos y Defensoría del Pueblo (INDDHH) y del CDNU, Luis Pedernera (Uruguay) y Gisela Untoiglich (Argentina).
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