El contexto sanitario actual exige pensar qué impactos tendrá la pandemia por COVID-19 en las dinámicas familiares y reproductivas. Las investigadores Ana Fostik y Magdalena Furtado expusieron sobre esta temática en un seminario virtual que integra un ciclo de tres encuentros, organizado por el Programa de Población de la Facultad de Ciencias Sociales.
Con el objetivo de conocer cómo se transforman las estrategias de cuidado y convivencia familiar en un contexto de aislamiento, qué ha pasado en los hogares uruguayos durante el período de emergencia sanitaria, así como qué efectos a mediano y largo plazo se esperan encontrar en el comportamiento reproductivo, en la formación de nuevas uniones y también en la división social del trabajo no remunerado, la socióloga por la Universidad de la República y doctora en Demografía por el Institut Nationale de Recherche Scientifique (Canadá), Ana Fostik, quien actualmente es investigadora en demografía de la familia de Statistics Canadá y la economista por la Universidad de la República y magíster en Economía por la Universidad Pomepu Fabra de Barcelona (España), Magdalena Furtado, quien dirige la oficina de ONU Mujeres en Uruguay, expusieron en un seminario el pasado 2 de junio.
La actividad se llevó a cabo con éxito y casi 80 participantes a las 16.30 horas a través de la plataforma virtual Zoom y sincrónicamente fue transmitida por el canal de Youtube de La Asociación Latinoamericana de Población.
Baby boom ¿sí o no?
Fostik reflexiona sobre cómo se verá afectada la fecundidad tras el coronavirus: si bien las medidas de confinamiento en el hogar permiten destinar mayor tiempo para la reproducción y podrían darse las condiciones para un «baby boom», por otra parte, es posible que se genere mayor inestabilidad en las parejas al punto de que se disuadan de tener hijos en este momento de crisis económica, sanitaria y social.
Periodos de shocks económicos, desempleo y altos niveles de incertidumbre sobre el futuro, son condiciones macroeconómicas que están asociadas con un descenso de la tasa de fecundidad, sostuvo. «Vivir desempleo reduce el ingreso y esto inhibe proyectos reproductivos, la incertidumbre a nivel económica lleva a la aversión a establecer compromisos a largo plazo», explicó.
La profesional aclaró también que la inhibición de la formación familiar «va más allá de vivir o no una situación financiera complicada, es un efecto a nivel global» dado que en períodos de recesiones, la percepción que tiene la población sobre la economía influye en la toma de decisiones reproductivas.
Asimismo, las complicaciones en el acceso al sistema de salud para un potencial control del embarazo y la cancelación de los tratamientos de reproducción asistida son otros de los factores que, en menor medida, contribuyen a un descenso de la fecundidad.
La literatura científica lo comprueba, la doctora en Demografía hace referencia a un artículo de 2019 (G.Alderotti, D.Vignoli, M.Baccini, A.Matysiak) que realiza un meta análisis de hallazgos de investigación europeos en donde sintetizan resultados. Los autores observan que «el desempleo muestra un efecto negativo particularmente entre los hombres, y es más pronunciado cuando es de larga duración. Se observa tanto para el primer hijo como para el siguiente», indicó Fostik. Los resultados cambian en cuanto al empleo temporal, el efecto es más negativo para las mujeres y menor para los varones. En este caso, el efecto depende de la cantidad de hijos que tenga la pareja previamente. Los autores señalan que una fuente estable de ingresos es crucial para agrandar la familia más que para formar.
Los efectos sobre la fecundidad son dependientes de la edad, del nivel educativo de las personas, de la paridez, son mediados por la división de género del trabajo y las políticas públicas. El último factor se considera clave dado que su aplicación sobre la situación financiera de los individuos «puede favorecer proyectos reproductivos incluso en situaciones de alta incertidumbre laboral», aclaró Fostik sobre la investigación.
Otro estudio, referente a la gran recesión y la fertilidad en Europa (A.Matysiak, T.Sobotka y D.Vognoli) arroja que las regiones más golpeadas por el fenómeno económico primero ven un cierto estancamiento y luego un descenso de la fecundidad. A pesar de ello, Fostik indica que puede pensarse en una recuperación, al menos parcial, en el mediano o largo plazo, en función a la estructura por edad previa de cada sociedad respecto a los nacimientos. (Esto es debido que en la actualidad ya existe una postergación de la reproducción y «parte de los nacimientos muy tardíos posiblemente no se recuperen por motivos biológicos»).
Una tercera investigación muy reciente en Italia, Alemania, Francia, España y Reino Unido (F.Luppi, B.Arpino, A. Rosina) realizó una encuesta a jóvenes sobre el impacto en sus planes de embarazo que tuvo el COVID-19. Fostik destaca que «los proyectos de fecundidad tendieron a la baja en todos los países pero no de la misma forma. La proporción más alta de jóvenes abandonando los proyectos de fecundidad se encuentra en Italia, un tercio, y luego en España, casi 30%. Además, son las regiones donde la situación económica y el mercado de empleo ya estaban en peores condiciones antes de la crisis».
En cuanto a la estabilidad conyugal la investigadora sostiene que «en un contexto de cuarentena puede existir un aumento de la insatisfacción en el interior de las parejas, explicado, entre otros elementos, por una magnificación de las desigualdades de género, pero es incierto si se va a traducir en un aumento de separaciones y divorcios» y agregó «puede que exista un aumento de la voluntad de separarse pero, al mismo tiempo, una imposibilidad de afrontar los costos asociados a una separación».
La relación entre desempleo y divorcio fue observada en 2014 en un estudio (P.Goñalons Pons, M. Gangl) que manifiesta que a nivel individual el desempleo y en particular el desempleo masculino, favorece la ruptura de las uniones. Un efecto que se vuelve más fuerte en países donde el modelo de hombre como principal sustento está muy arraigado y también en parejas casadas con hijos.
Fostik expresó que si bien es demasiado temprano para tener resultados sobre la pandemia hay algunos cuestionamientos que es conveniente realizar, como la forma en que impactarán estos elementos en América Latina y en Uruguay.
La interna de los hogares uruguayos
ONU Mujeres en conjunto con Unicef llevó a cabo una «Encuesta sobre niñez, uso del tiempo y género» implementada telefónicamente por Opción Consultores a fines de abril que pretende medir el impacto que significó el COVID en los hábitos de las familias uruguayas tras los cambios de las rutina por el confinamiento, el cierre de las escuelas y el teletrabajo.
El estudio en primera instancia apuntaba a identificar cuáles fueron los impactos del COVID sobre todo en las mujeres que estaban en la primera línea de respuesta, dado que el 85% del personal de enfermería en Uruguay son mujeres, también lo son la mayoría del personal de limpieza de los hospitales así como quienes están a cargo de los cuidados dentro del hogar. Se pretendía encontrar datos que evidenciaran una posible sobrecarga de tareas, especialmente en hogares con menores de edad que en el país constituyen el 41% de la población. Para lograr el cometido se realizaron preguntas en función de una comparación de la situación anterior y posterior al coronavirus.
Se detectó una caída del orden del 95% de las horas que los niños pasaban fuera del hogar, un aumento sustancial en el uso de dispositivos electrónicos (61% para los menores de 6 a 12 años y 40% para los de 13 a 17), así como un incremento significativo del tiempo dedicado a las tareas educativas aunque con una fuerte segmentación entre lo dedicado en escuelas públicas 28% más y en privadas, un crecimiento del 67%. Por otra parte «La mayor demanda de la escuela en casa fue absorbida por las madres» expresó Furtado e indicó que el porcentaje en este caso fue de 73%, lo que refleja la brecha de género existente.
Respecto a la ocupación un 69% de mujeres declaró encontrarse ocupada antes del COVID, mientras que post COVID la cifra se reduce a 38%. En los varones, hubo una disminución menor de 85% a 65% según la muestra representativa de los hogares con hijos. Para quienes continuaron con la relación laboral se percibió un cambio en las modalidades de trabajo: en las mujeres una variación de 9% a 29% y en cuanto a los hombres, se pasó de 5% a 14%. «La transformación a teletrabajo fue más factible en personas con nivel educativo terciario», expresó la representante de ONU Mujeres Uruguay.
Otros factores intervienen como la disminución de los cuidados externos, sea a través de familiares no convivientes o por servicios pagos. En el mismo sentido, los adolescentes contribuyeron también en las tareas de los cuidados. La responsabilidad recayó principalmente en las mujeres quienes en su mayoría se sentían sobrecargadas (20%) mientras que en los varones solo un 4% manifestó estarlo.
Un dato llamativo para la expositora es la conformidad transmitida por los encuestados tras ser consultados por la distribución de tareas. Tanto mujeres como varones expresaron más de 90% de conformidad a pesar de las brechas existentes. Furtado cuestiona si las respuestas del sector femenino son fruto de un mandato social producto de una normalización de la división sexual del trabajo y si esta crisis servirá como oportunidad para replantear la forma en la que la sociedad y sus respectivos actores distribuyen sus tareas, si dará lugar a medidas más equitativas o simplemente será una crisis que acentúe las desigualdades.